lunes, 18 de noviembre de 2013

FELICIDAD II: EL RETORNO (a lo Batman)

De nuevo, se ha de reflexionar sobre la felicidad. Recordemos las conclusiones del artículo anterior: no hay una felicidad predeterminada para todos, nuestra felicidad no depende sólo de nosotros mismos, sino también del entorno que nos rodea, y la felicidad perfecta resulta inexistente. En cambio, ahora trataremos la felicidad como algo abstracto (tal y como es, basada sólo en el pensamiento y no en cualquier elemento material) y -supuestamente- alcanzable.

"¿Es preferente el pensamiento racional o el pensamiento mítico? ¿Qué me hará más feliz? ¿Sólo uno de ellos podrá hacerme feliz o quizá ambos me aporten cosas diferentes con las que conseguir aumentar mi felicidad? ¿Y si, por el contrario, ninguno de los dos me hace feliz? ¿Seré más feliz si reflexiono o reflexionaré mejor siendo más feliz?" Éstas son las cuestiones propuestas que he de plantear y hemos de reflexionar. Comencemos, pues.

Ambos pensamientos pretenden que consigamos comprender el mundo: qué ocurre y por qué se dan esos hechos. En cambio, lo pretenden de formas un tanto diferentes; mientras que el pensamiento mítico explica basándose en un mundo trascendental y no usa razonamiento alguno, el pensamiento racional explica de forma argumentada el mundo inmanente con hechos que se dan en este mismo mundo. A mi parecer -y, por lo tanto, sin afirmar que sea cierto-, con los dos pensamientos podemos llegar a ser felices, puesto que, si el problema que nos carcomía (el comprender la realidad) se ha solucionado de cualquiera de las dos formas, podremos estar en paz. Supongo que todos pensáis que lo más lógico es vivir del pensamiento racional, que es lo que nos puede hacer más felices, ya que es la manera más razonable de entender las cosas; por el contrario, imaginaos que todo lo que nos cuentan, en realidad -y viva la redundancia-, es mentira. ¿Qué pasaría entonces? ¿Qué pasaría si, ciertamente, todo lo que sabemos es sólo algo (cuentos únicamente un poco más enrevesados que las historias trascendentales) que nos han inculcado para intentar comprender una realidad incomprensible? No podemos asegurar que el raciocinio sea más válido porque, al igual que pensamos que los mitos son un sinsentido, aquéllos que creen en mitos pueden pensar lo mismo de la razón. Por lo tanto, ambos pensamientos te pueden ayudar a ser feliz siempre y cuando te faciliten la comprensión del mundo.

(Nota: no, no pienso que nos estén engañando, tan sólo me procuraba apoyar en la ejemplificación. Yo también confío en el pensamiento racional.)

Finalmente, nos hemos de cuestionar si la reflexión nos lleva a algún lado. Podría afirmar que todos reflexionamos alguna que otra vez en la vida, ya sea sobre temas banales o temas totalmente complejos sobre los que no delibera todo el mundo. Es decir, seas feliz o no, vas a reflexionar (confío en que nadie tenga en verdad la mente en blanco). En cambio, la constante reflexión sobre distintos temas, por feliz que te pueda hacer, puede enmarañarte completamente la cabeza de problemas a los que no les encuentras solución. Así que, quizá, sea conveniente descansar de cuando en cuando de toda esta especulación.

Volviendo al principio, recordemos que la felicidad era tratada como algo supuestamente alcanzable. Por lo tanto, lectores ingenuos, volvamos a la realidad -y, esta vez, a la verdadera- y reconozcamos que, por muy cerca que veamos la felicidad, ésta siempre resultará un tanto escurridiza.

sábado, 26 de octubre de 2013

TODO TIENE SU PORQUÉ

No hay nadie en este mundo que no haya pasado por esa etapa de su vida (o que no la vaya a pasar) en la que, al preguntarle acerca de por qué hace ciertas acciones en su vida diaria, no haya respondido con un "no sé". Esos niños que están sentados... callados... tranquilos... que te miran con una sonrisa bondadosa... que simulan no planear nada... Sí, esos son los que "no saben nada". En la mayoría de los casos, eso del "no sé" llega hasta la adolescencia, pero, en la etapa adulta, todos esperamos haber madurado más que eso.

"Y ¿a qué viene todo esto?", os preguntaréis con ansia (y aunque así no sea, seguid leyendo. Por caridad, al menos). Pues bien, todo esto nos lleva a una de las preguntas más comunes en esta vida que, hasta que no te la formulan, obviabas su existencia: "¿y tú por qué estudias?".

La primera vez que se espera que una persona oiga esa pregunta es esa vez en la que, nada más comprenderla, levanta las manitas, se encoje de hombros, pone carita inocente y suelta un dulce "no sé". Volvemos a los niños que "no saben nada". Si bien, no todos contestan eso, hay algunos que se lo curran y contestan que los han traído sus madres. O padres. O quien sea que os llevara al colegio. Esta segunda opción, con el paso del tiempo, se transformará en el conocido "porque me obligan", que será utilizado por la mayoría hasta mediados de la educación secundaria (así, a ojo).

Supongo que la respuesta más acertada llega cuando ya se adquiere mayor grado de madurez y uno responde "para tener un trabajo". Quizá haya quien piense que estudia para tener una formación y cierta cultura, pero la gente prefiere seguir siempre el mismo patrón. Porque, sí, es verdad, cuanto más estudies, a mejor trabajo podrás optar y mejor vida podrás tener (se rumorea. Luego está el fenómeno del famoso, donde te encuentras a mucho burro suelto). Así que estamos de acuerdo en que la conclusión final de los estudiantes es que van a las clases (lo de estudiar ya parece opcional) para optar a un futuro mejor.

Busquemos más a fondo entre toda esta maraña de excusas: ya hemos conseguido saber por qué la gente (con suerte) estudia, pero ¿por qué deberíamos estudiar? He aquí mi conclusión: -tras haber sido obligados durante años- por mero deseo de tener conocimientos. Claro está que, por mucho que ésa sea la razón del estudio, siempre hay un tanto por ciento de las clases en las que la mente se disipa y comienza a enunciar cuestiones tales como "¿qué haré esta tarde?" o "¿qué habrá hoy de comer?" (porque, venga, no creo ser la única a la que le entra el hambre cuando el tedio gana). Pero, aunque no piense que el hecho de querer adquirir conocimientos sea la razón que empuje a la mayoría, sí pienso que debería ser una de las principales razones, nadie sabe cuántos temas fascinantes se estará perdiendo.

Así que ya sabéis, promoved la especulación (sana. Sálvame, no. Wikipedia).

martes, 22 de octubre de 2013

CATALUNYA ES TRASLLADA (que se muda, vamos)

El otro día vi un programa en el que se enfrentaban dos familias un tanto diferentes: una familia española, nacionalista y cristiana, y una familia catalana, independentista y homosexual (de primeras, todos vemos la guerra que se avecinaba por momentos). Pues bien, no diré estar en contra de la independencia catalana, supongo que ya son mayores para hacer lo que quieran. Es más, mirad a la pequeña Andorra, entre dos importantes países, tan pequeña y sin completa cabida en la Unión Europea... Pero ahí está, y ahí va a seguir. Y hablan catalán. Oye, y ¿quién nos dice que Cataluña no se separa para aliarse con Andorra? Bueno, cabe como posibilidad. Lo iremos debatiendo.

A lo que iba: no estoy en contra de la independencia; si se mantienen como Estado, pues mira qué bien. Lo que no es plausible es una guerra entre ambas partes (España y Cataluña), que ya bastantes problemas hay aquí como para buscarnos más; no admitiría confrontaciones por parte de Cataluña por creerse mejor y por eso irse, ni de España por creerse "lo más" y obligarlos a quedarse (lo cual fue lo que me transmitió el programa ya mencionado). Porque, presumir, ¿de qué? Hay crisis, hay paro, hay bajos salarios, hay huelgas, hay políticos -quizá me habría de abstener de decir "incompetentes"- incompetentes, etc. Pero, bueno, hay tortilla... y paella... No está mal. Aquí, el que presume, presume de lo que quiere.

Finalmente, concluiré decidiendo estar a favor de la independencia catalana (y luego ya ellos que se apañen), siempre y cuando no haya disputas que nos acarreen más dolor de cabeza, que ya bastante tenemos con lo que hay.

sábado, 8 de junio de 2013

UNA FOTOFILO PROPIA





"Encuentra las siete diferencias."


MI CRÍTICA CONSTRUCTIVA Y YO

Siendo lo más franca que he intentado ser en todos mis artículos (los que pronto ya acabarán. No lloréis, quizá el año que viene vuelva), diré que, al ver la matrícula, pensé “oh, no, ética. Debe de ser una asignatura similar a Educación a la Ciudadanía. Ya veremos qué nos deparará…” con gran pesadumbre.

En cambio, llegué a cuarto de la ESO. Y llegó el profesor de ética. En un principio, el plan B que propuso me dio cierto temor. Por suerte, fue guardado en el baúl de los recuerdos. Al contrario de todo lo que pude pensar, la asignatura de ética ha sido de aquéllas que más amenas se me han hecho, por no decir la que más, y todo gracias a la técnica que el profesor tiene de enseñar.

En la mayoría de asignaturas, la mayor parte de los profesores explican lo que ya te dicen en el libro, otros tantos empiezan a explicar y se van por las ramas (por lo que una desconecta y sale de la clase sin haber sacado nada en claro), y otros muchos explican por encima y se centran en ejercicios que difícilmente se entienden sin la correcta explicación. En cambio, aquí, Don Enrique P. Mesa García ha demostrado que una clase puede ser entretenida a la vez que educativa, ya que los alumnos hemos sido siempre partícipes -con gusto- en sus clases.  Cierto es que muchas de las cosas que ha explicado (tales como los multiversos o los descubrimientos que ciertos navegantes hicieron) desentonaban con el tema a tratar. De todas formas, gracias a esa forma de explicar, muchas de las cosas que no tenían que ver y que yo desconocía me han despertado interés.

Porque durante todo el curso ha sido terminar el viernes a última hora (bonita forma de acabar la semana, sinceramente) e ir el camino a casa comentando todas las cosas que se habían nombrado en clase, tales como el hecho de no poder superar la velocidad de la luz. Y así te quedabas todo el fin de semana pensando en cómo eran posibles cada una de las cosas que te habían contado el viernes a última hora. Y, creedme, no he sido yo la única.

Esto de tener a los alumnos pensando una y otra vez en todos esos datos curiosos no lo consigue cualquier profesor. Por lo tanto, mi crítica resulta bastante positiva, ya que el temario está dado y de forma bastante fácil de comprender, a la par que nos ha mostrado diversos mundos que desconocíamos. Le doy un 9. Es usted un gran profesor.

martes, 23 de abril de 2013

FELICIDAD...

“[…] es saber que mis sueños ya tienen dueño; […] es vivir el cariño como los niños, la felicidad”

¿Alguien sabe qué es realmente la felicidad? No, mejor: ¿alguien se lo ha planteado alguna vez? No sé si yo alguna vez lo hubiera intentado definir si no hubiera sido por este trabajo, pero, bueno, habrá que intentarlo.

Sinceramente, no creo que exista una felicidad predeterminada para todos, ya sabéis: “para gustos, los colores”. Supongo que cada cual es feliz con distintas cosas, muchos dicen que serían felices si les tocara la lotería… Muy poco materialistas, ellos. Sí, el dinero ayuda, ¿no? Pero yo destacaría otros aspectos que me parecen más esenciales que ganar x euros, los cuales son: familia, amigos, amor y el conseguir las metas que uno se proponga en la vida (sobreentendiéndose la necesidad de ciertos recursos, víveres, salud,… y demás cosas que me pareció comprensible obviar).

Siguiendo estos cuatro aspectos, no os voy a decir cuán feliz soy porque tampoco os interesa, sino que intentaré argumentar por qué considero ésta mi felicidad verdadera.

Vale, pequeños consumistas, imaginemos que os toca la lotería: “¡oh, sí! ¡Qué feliz soy, he ganado muchos millones de euros, soy asquerosamente rico! Voy a comprarme un coche, una moto, una casa, un perro, dos, tres, cuatro, un yate, un jet, un campo de fútbol y -quizá me haya ido ya del presupuesto- la granja de Pin y Pon”. Hasta aquí todos vosotros felices de la vida. Venga, sonreíd, que tenéis un yate.

Tras esto, imaginad que os encontráis solos, que no tenéis con quien compartir todo esto, y pensáis que así mejor, que lo vuestro es sólo vuestro, y ya. Y aun pensando esto, la soledad llega. De un momento a otro, añoraréis incluso al típico vecino molesto que en cualquier residencia se puede hallar.

Ahora imaginad que tenéis unos años más,  que os habéis independizado y tenéis casa propia, trabajo, hipoteca a largo plazo e ilusión. Ahora imaginad que os han echado del trabajo, que la casa tiene desperfectos, que la hipoteca os inunda y que, por tanto, la ilusión ha decidido marcharse por donde ha venido. ¿Qué hacéis? ¿Créditos? ¿Queréis un crédito? No, no, el banco no os va a ayudar. ¿Qué hacéis? ¿Qué haríais sin vuestra familia, sin vuestros amigos, sin vuestro amor? Porque se supone que ellos estarán ahí para los problemas que os surjan, para echaros una mano como buenos aspectos que forman parte de vuestra felicidad.

Y, sí, quedan las metas cumplidas. Pienso que una de vuestras metas debería ser trabajar en aquello que os satisfaga, ¿no? Así que, si se cumple, ¡poof!, “lotería”. Quizá no tanto dinero, pero mientras os haga felices…

Y bien, ahora, ¿existe una felicidad falsa? Sí, probablemente. Aquí van mis ejemplos: la gente puede ser muy mala, los “amigos” pueden serlo. ¿Y si fueras tras tus amigos una y otra y otra y otra y otra y otra vez, creyendo que eres feliz con ellos, mientras sólo te utilizan como a un pelele más? Ahí la felicidad es falsa, porque te hacen daño, pero te da igual. Te da igual porque no te das cuenta. O sí, o sí te das cuenta pero haces caso omiso al pensar que sin ellos estarás peor… Craso error.

Segundo -y abundante- ejemplo: las relaciones malsanas. Estar con alguien que no te hace bien, que se aprovecha de ti, que se ríe de tu desgracia (de esa desgracia que esa persona en sí ha provocado) y a quien tanto quieres es una relación malsana. Totalmente. Y es que sólo te consideras feliz por estar con la persona a la que realmente amas -o crees amar, claro que todo esto de cuándo se quiere/ama a alguien o no es relativo-. Pero, no, no lo eres. Viviendo humillado no considero posible el poder vivir feliz.

Y, finalmente, hablemos de la felicidad perfecta… No hay. Fin. Sí, sí, no hay. El mundo está mal hecho, no es perfecto, vamos, seguramente no lo sea. Nada es perfecto. Entonces, ¿por qué la felicidad lo iba a ser? ILUSOS.

Hala, a intentar ser felices. Suerte.

jueves, 28 de febrero de 2013

LA ACOGIDA

Hay mucha gente desgraciada en este mundo, unos más que otros, y, aquéllos a los que les ofrecen el mundo entero, resultan ser los que más se quejan.
 
Y ahí estaba él, un niño ligeramente mimado, al que le daban todo lo que pedía y del cual el nombre no nos resulta información sustancial. Porque a cada nuevo día que llegaba, nueva queja le aparecía, y todo eran cosas mínimas. Quizá un día no le gustaba cómo le quedaba el pelo, quizá al siguiente se le había quedado el móvil sin batería. Y es que todo eran quejas sin sentido de las que hacía unos grandes problemas.
 
Y, un día, en una de sus quejas grandiosas, esta vez, porque el bocadillo que le acababan de vender tenía unos mililitros más de mayonesa de la que él quería -sí, “ligeramente” mimado-, un chico lo llamó, justo al ir a tirarlo. El chico estaba muy delgado, aparentaba ser de su edad, parecía estar hambriento, muy hambriento, y, sí, lo estaba. En sus ojos se veía el dolor de la calle, de la soledad, de un duro sufrimiento que resultó ser el padecimiento de numerosos e inacabables años.
 
Al ver que nuestro protagonista quería tirar tan valiosa comida, fue a pedírsela tan amablemente como pudo. Él, tal y como le fue enseñado, hizo caso omiso de alguien a un nivel “inferior” al suyo y tiró la comida. El mendigo, desfalleciendo, le echó una última mirada de pena -que en años no volvería a ver- sin enfadarse, porque apenas le quedaban fuerzas para ello.
 
Tras un año y poco tiempo más, el “aristócrata” sí tenía de qué quejarse. Y lo hizo. Tras un negocio fallido de su madre y un fraude por parte de su padre, quedaron endeudados. No había posibilidad alguna de escapar de la deuda, estaba todo perdido, todo embargado, los padres en la cárcel y el chico en un orfelinato.
 
Él se mostraba agresivo ante todo y ante todos, su mentalidad le hacía creer que estaba posicionado a un nivel superior, y que el resto debía servirle. Todo lo consideraba malo para sí, algo “cutre” a lo que él jamás se rebajaría. Pasaban los días y cada vez se ponía más nervioso. Pasaban los días y cada vez los trabajadores tenían menos esperanza en él.
 
Y, en una de estas, escapó. Corrió de noche, quizá fueran las dos de la madrugada, quizá las cinco. Nadie lo supo, nadie se dio cuenta, pero, a la par, a nadie le importó. ¿Lo buscaron? Sí. ¿Lo añoraron? No. Ahí todos fueron una gran familia, excepto él, quien, durante cinco largos e interminables meses, se convirtió en la oveja negra del conjunto.
 
En una de las noches en las que vagaba por su antigua ciudad, llegó al mismo lugar en el que estuvo un tiempo atrás, aquél en el que encontró a un chaval que se encontraba en la misma situación en la que estaba él en ese momento, aquel chaval del que hizo caso omiso.
 
Y, al rato, salió alguien de la tienda con un bocadillo. Del hambre que tenía, comprendió que debía rebajarse e ir a pedir comida en algún lado. Así que se acercó a aquél que salió de la tienda. Era el chaval, aquel chaval del que hizo caso omiso. Ya no había pena en sus ojos, era alguien nuevo. Ya no parecía hambriento, digamos que era un señorito. Pero la humildad seguía en su interior. Nuestro protagonista lo recordaba; recordaba su rostro, en otro tiempo, hambriento; recordaba su mirada, en otro tiempo, de pena; recordaba que él no le cedió su comida. El chico, sí.
 
El chico también lo recordaba; recordaba el momento en el que tiró su bocadillo; recordaba que, segundos después, comenzó a reír. Pero no le importó. Él sabía su situación, él vivió esa situación, y dio gracias por siempre por la oportunidad que se le brindó tres meses antes, cuando una pareja con dos hijos pequeños lo acogió como buena obra. Y, así, le pidió que lo acompañara hasta su casa. No podía darle la vida que tenía antes, la vida que deseaba, pero podía darle un hogar.
 
Y llegaron. Se pararon frente a una gran casa azul con una bonita valla blanca. Nuestro aristócrata quedó impresionado ante los marcos de las ventanas, ante la majestuosidad con la que había sido construida la casa, ante el amplio y cuidado jardín que se abría por detrás…
 
Quedó tan impresionado como el primer día que la vio, cuando sus padres la compraron nueve años atrás.
 
Al entrar, los padres adoptivos no discutieron nada, no preguntaron, ni se extrañaron. Sólo sonrieron y dijeron: “bienvenido”.
 
NOTA: los valores morales que pretendo mostrar son: la solidaridad y la empatía. Éstos se muestran en los párrafos número nueve y número diez; empatía, cuando se apiada del protagonista y siente lo que él, y lo que él mismo sintió tiempo atrás; solidaridad, cuando le ayuda a adentrarse en una nueva vida, cuando lo acoge para poder volver a empezar y olvidar el suplicio vivido en las calles.

viernes, 1 de febrero de 2013

TRADICIONES PARA TODOS

Hay tantas tradiciones de tantas culturas distintas que podemos encontrar en el mundo… Miles de tradiciones conocidas y sin conocer, aceptadas y sin aceptar, comprendidas y sin comprender. Y aquí va la reflexión de hoy que atañe a todo esto: ¿deben aceptarse cada una de las tradiciones que vayamos a encontrar? Vale. Por mi parte, procuro respetar las tradiciones de cada cual, puesto que no soy quién para juzgar las costumbres que cada uno tiene. Claro está que no todas las entiendo, que incluso me puedan resultar totalmente inmorales, pero, si quiero que respeten mis tradiciones, deberé respetar yo las del resto (siempre y cuando no infrinjan la ley en ningún lugar. Todos de acuerdo en esto, ¿no? Y ahora es cuando todos decís “síííí” al unísono).

Sigamos con un ejemplo: aquí, en España, hay una tradición muy típica con la que cualquiera nos relaciona, una tradición que desde hace mucho tiempo es practicada y que yo aborrezco inmensamente. Esto son las corridas de toros. “Qué guay… Soy un torero que mata toros, y me da igual mi vida porque me vitorean. ¡Qué guay…!”. Ya. A la inmensa mayoría de españoles les parece algo normal, incluso divertido. Pero, si vamos a algún lugar recóndito que desconozca completamente todo esto, es muy probable que no entiendan la gracia de la tradición y que no la acepten, al igual que un español amante de las corridas de toros no aceptaría ni comprendería sus tradiciones.

Con todo esto, quiero llegar a la conclusión de que, según nuestro entorno y lo que nos haya sido inculcado, cada uno tiene sus propias tradiciones y su propia definición de “costumbre moral”, y quiere que esas costumbres sean aceptadas. Por lo tanto, sí, dentro de lo que cabe, habría que respetar las tradiciones del resto al igual que ellos deben respetar  las nuestras.